aragón es extraordinario

Andrés Nuño, el pastor de Carenas, indómito domador de letras

El apego de este ganadero a la vida en el campo se sustenta en su trabajo, la literatura y sus celebradas intervenciones radiofónicas

Andrés Nuño es el pastor de Carenas en el mundo de las ondas y las letras; un pastor de Carenas más conocido que otros en el mundo de los pastores. Habla en la radio, escribe, cuida ovejas, prepara caballos de competición y vive en su pueblo. La radio le quiere, y él quiere a la radio. “Creo que fui yo el que le sugirió a la SER que hiciéramos un programa. Ahí seguimos, cada viernes, debe de hacer como 15 años, ya he perdido la cuenta. Nunca he opinado de política ni he criticado a nadie, he preferido comentar cosas que creía que iba a interesar a la gente. Silvia Lacárcel creyó en lo que yo podía aportar, luego lo han hecho Esperanza Sánchez y Natalia Ibáñez. También vino Rubén Cristóbal a hacerme una entrevista, y me ofreció colaborar en prensa; también me gustó. Poco a poco la gente iba escribiéndome, preguntando por mis historias, siempre en buen tono. Supongo que a alguien habré molestado alguna vez, pero no soy consciente de ello, ¿sabes?".

"Al principio de irme yo a las ovejas, con 12 añicos, ya me llevaba la radio. Eso te va dejando poso, desde la propia entonación de los locutores a las músicas de fondo, me gusta mucho Ennio Morricone, por ejemplo. Cuando me daba pereza salir al campo con el rebaño, empecé también a llevarme libros, que me ayudaban a pasar los días largos; había que ir, no tenía opción B, aviabas, salías a las 8 de la mañana y volvías a las 7 de la tarde. Unos parientes trajeron toda una biblioteca de Madrid, por un cambio de piso, y empecé a cogerlos sin tener mucha idea de lo que leía. Ahí conocí a Rabindranath Tagore, por ejemplo; Chéjov vino después, y otros grandes clásicos que te van llenando. Pensé que mecagüen diez, que esto de leer era agradable. Tengo 52 y sigo pensando lo mismo, y me lo sigo pasando pipa, ojo, oigo a los jóvenes y a los abuelos y aprendo.

Andrés sigue con su lista de favoritos. “Delibes me ha encantado siempre, y Juan Ramón Jiménez; una amiga me regaló el otro día ‘la escarcha sobre los hombros’, de Lorenzo Mediano que es zaragozano, y me ha encantado; leer te transforma, te dibuja otros paisajes, otras culturas… activa la mente, que es muy compleja. Cuando me obceco mucho con una idea, con un libro concreto, vuelvo a los básicos. Mortadelo y Filemón, mi infancia que sigue apareciendo gracias a ellos. Vas hilando, vas entendiendo, de pronto lees un cuento maya y ves que conecta con filosofía hindú, con ciertos dogmas católicos… mira que son cosas separadas, pero tienen puntos comunes, o yo los encuentro. Oye, que igual os estoy liando, ¿o qué? Decídmelo, que no quiero ser pesado”.

Mientras Andrés habla, su madre aparece al fondo. Se llama Pilar, es de Sigüenza. Andrés viene muchos días a comer con ella, otras veces acude su hermano, en ocasiones se aparecen los dos a horas distintas, según las faenas. “Vivir en un pueblo tiene sus cosas duras, pero no lo cambio por nada. Mucha gente de ciudad, gente pudiente, viene y me dice que su sueño es vivir tranquilo en un pueblo. Entonces pienso que no vale la pena probar yo en la ciudad, porque seguro que acabo pensando como ellos, querría pueblo otra vez, y serían dos viajes. ¡Si ya estoy aquí! Mira esta chica, Beatriz Montáñez, que se ha ido al campo… un cambio de vida, con cuatro perras le basta. Pues como nosotros”.

Andrés no hace planes de futuro, o al menos no los verbaliza. Piensa en lo que hará mañana, en lo que podría ocurrir pasado mañana, y trata de estar preparado. Si no, improvisa. Con cabeza, pero con libertad.

"La oveja es mi oficio, mi sustento, y los caballos, mi afición"

Andrés sigue pasando muchas horas por los montes de Carenas, identificando los mejores pastos para sus ovejas. Lo de los caballos es pura afición. y reserva parte de sus energías a la causa. “Hace poco corrió una yegua mía en Pinseque; hay pruebas ahora en El Burgo de Ebro y en Tarazona. Empecé con los caballos por vanidad, cuando era jovencico me gustaba que me vieran las mozas subido a un caballo, la melena al viento ­–ríe–, pero ahora ya me dejo de milongas; los caballos me hacen un bien psicológico muy grande. Yo los cuido, soy su herrador y su domador, estudio todo lo que puedo sobre la doma racional, no los someto”.

Andrés abunda en la idea.” ¿Habéis oído hablar de ‘El hombre que susurraba a los caballos’? Pues por ahí va, siguiendo las enseñanzas de los indios americanos, aprendiendo de cada gesto. Vas hacia el animal con humildad, las manos bajas, la cabeza gacha, sin gestos agresivos, y así entienden que eres amigo, y coopera. Y nada de fusta, ni en casa ni en ningún lado; en las carreras le pides tú el esfuerzo”.

Junto a la paridera de las ovejas están Saprilla y Kifralla, yegua y caballo; tienen varios hermanos, con Andrés como figura paterna de todos ellos, pero están en diferentes establos de Aragón. Con un leve gesto, Andrés hechiza a ambos. “Les pongo música de Yakuro, un japonés que me encanta, y también a ellos. Lo busco en el teléfono y que suene un poco, a ver si os convence. Es música como de bandas sonoras, envuelve”. A Kifralla le encanta; en seguida lo demuestra con gestos y paso atemperado. Deja subir a Andrés con calma, y los dos amigos se dan un paseo breve: un trotecillo nipón-bilbilitano.

Dos libros, infinidad de relatos y buena gente

‘La bandera del mundo’ (2010) es la obra más conocida de Andrés Nuño, un libro de narrativa en el que también hay poesía. “Solo he escrito dos: el otro es una recopilación de relatos”. Tiene otro en preparación hace tiempo, aunque marcado por el sinsabor de la mala pata; perdió en su día un archivo con la obra muy avanzada. No obstante, atesora cuadernos llenos de pensamientos y reflexiones hiladas.

Andrés es feliz. Se le ve, y nadie puede actuar tan bien. “En SER Calatayud me siguen llamando, son muy majas; hago una sección que se llama ‘Relatos del pastor de Carenas’. Cuando me oigáis igual no me reconocéis, hablo más sereno. Por ejemplo, hace unas semanas conté una historia sobre la floración del almendro y la mezclé con el recuerdo de una mujer tocando el duduk, un instrumento de viento de Armenia. Lo bueno de la literatura es que puedes contar lo que quieras, porque esa mujer no existió, me la inspiró una amiga que toca la flauta. Yo vivo lo que escribo. ¿Os cuento algo más? Vale, pero tenéis que probar este chorizo de chivo, que es de aquí, nos lo preparan en la carnicería”.

El pastor se frena y vuelve a la reflexión en voz alta. “Mira, vendo los corderos a quien creo que es buena persona, si vendes a un pájaro sinvergüenza hay que echar un pulso y cansa, porque debes activar tu lado sinvergüenza; eso puede afectar a tu trato con la familia, con los amigos. Prefiero rodearme solo de buena gente. Ojo, si alguna vez hay que ser un poco malo por defenderse, adelante, pero sin aficionarse. Cada cual tiene que actuar según su criterio, y tratar de hacer las cosas bien. Yo filosofo, pero no pretendo dogmatizar, hay que descubrir las cosas y ser uno mismo. El borrego actúa sin plantearse que hay más opciones, y la duda es fundamental en la vida. En el pueblo todos nos conocemos, y siempre resulta que el más tonto del pueblo es el que quiere imponer su visión a los demás”.

Artículo incluido en la serie 'Aragón es extraordinario'.

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