aragón es extraordinario

Ráfales, las pinceladas con el trazo más fino

En la línea idílica de todo el Matarraña, este pueblo es conjunto histórico-artístico desde 1983; se eleva en un monte coronado por el caserío, y cautiva a primera vista

En la parte baja de Ráfales, el Molí de L’Hereu es desde hace décadas un imán para el visitante de la zona, gracias a su Museo del Aceite y el Jardín Botánico que tiene enfrente. Un establecimiento hotelero dotado de spa en invierno y que ha cambiado frecuentemente de manos en los últimos años, sin que esta circunstancia altere sus indudables atractivos para el visitante. Eso sí, quedarse abajo y no subir al pueblo para empaparse de su encanto es un craso error. Además de su plaza Mayor porticada, quizá el rasgo más característico y fotografiado de la localidad, Ráfales ofrece muchos otros atractivos al visitante que, incluso, al hipotético residente futuro. El entorno es una maravilla y el casco urbano luce al nivel de los pueblos más vistosos de la comarca; el veterano político aragonés José Ángel Biel, por cierto, es alcalde honorífico de la localidad.

Historia remota

Los orígenes de Ráfales como núcleo de población se remontan al período Calcolítico, a tenor de los restos arqueológicos más antiguos hallados en el actual término municipal, aunque en este caso se atribuyen a un pueblo nómada. El poblado íbero de La Moratella está en una loma cercana y data del siglo V a.C. con evidencia de una población más consolidada. El nombre tiene un origen árabe: la palabra ‘rafals’ hace referencia a las alquerías o masías. Con la Reconquista, Ráfales pasó a la Orden de Calatrava y dependió de Monroyo, aunque en 1337 se le concedió el título de villa.

Durante la guerra civil española, como pasó en numerosas poblaciones de la zona y de buena parte de Aragón, se quemó el archivo municipal; también se acabó con los retablos e imágenes de la Iglesia de la Asunción, así como de la ermita de San Rafael.

En un año que ha visto directamente anuladas todas las celebraciones populares debido a la pandemia de la covid-19, Ráfales aún alimenta esperanzas de celebrar su gran festejo anual, que no coincide con las patronales. Se trata de la Feria de Recursos Naturales y Medio Ambiente, que organiza el Ayuntamiento local el segundo fin de semana de noviembre. El origen de esta actividad data de 1382: Pedro V concedió a Ráfales “mercado todos los sábados y feria desde Todos los Santos por quince días continuos”. Desde el año 2004 se entregan los premios del Concurso Fotográfico ‘Entorno, paisaje y Medio Ambiente’, organizado por la comarca del Matarraña.

Para los aficionados al senderismo, la ruta de Els Estrets es una gozada; 7,6 kilómetros desde la parte alta del pueblo, unas dos horas y media de caminata circular que atraviesa campos primero, bosque después y el valle del Tastavins flanqueado por paredes de roca, con paso por el mas de Rallo. También se puede optar por una más sencilla, aunque en cuesta; tres kilómetros desde lo alto del pueblo hacia la ermita de San Rafael, con aproximadamente una hora de trayecto. El Jardín Botánico es otro recorrido muy recomendable desde el Molí.

La oferta de Ráfales colma, en definitiva, las aspiraciones de todo tipo de turistas. Perderse por sus alrededores también es una opción acertada; la zona es toda una explosión de verdor y belleza.

La Alquería, mar de sabores que epata al burgués y al que no lo es

Clara Lapuente y José Antonio Higueras llegaron a Ráfales hace casi 20 años, y llevan 14 con La Alquería, un restaurante con habitaciones, como ellos lo definen. Situado en plena plaza Mayor, en un coqueto edificio, La Alquería es producto del doble empuje que proporciona la pareja a su discurrir cotidiano. En la restauración, Clara se encarga de los fogones y José Antonio ejerce de maitre; unos fenómenos ambos en sus respectivos papeles. Y se corre la voz. «Es que éste casca mucho –bromea Clara– aunque la verdad es que tratamos siempre de complacer a la clientela, tanto en el paladar como en el trato».

La pareja vino de Zaragoza y no tenía filiación previa con el pueblo. «Yo trabajaba como agente de viajes –apunta Clara– y José Antonio estuvo muchos años en una tienda de música, Taha. Veníamos al Moli del L’Hereu de vez en cuando a desestresarnos y empezamos a pensar en buscar algo por el Pirineo, pero las cuentas no cuadraban y los que llevaban entonces el Molí nos sugirieron probar aquí. Al principio era segunda residencia, pero finalmente dimos el cambio radical. Ha habido sangre, sudor y lágrimas, porque lo de vivir en un pueblo suena muy idílico, pero tiene sus problemas. Ahora estamos muy bien, la verdad. Tenemos un hijo, el restaurante es como otro hijo y estamos encantados».

En la carta hay festival para los sentidos. Por ejemplo: crema de almendras, yema y vieira, o Carpaccio de atún curado a las cinco pimientas con helado de pimientos de piquillo, solomillo de ternera con salsa de senderuelas y foie-gras caramelizado, pulpo a la brasa con mazapán líquido de pimentón y ensalada cítrica, bacalao en doble piel con crema de puerro y vino blanco o (ver foto) mousse de chocolate con helado de naranja y torrija glaseada de pistacho con helado de vainilla.

La cárcel, de libre acceso actual y difícil escape para sus inquilinos

La cárcel de Ráfales está en una esquina de la plaza Mayor, en los bajos del Ayuntamiento, y es una de las mejor conservadas de toda la ruta de antiguas prisiones del Matarraña; como ocurre con la mayoría de estos emplazamientos y los propios edificios consistoriales, su construcción corresponde al siglo XVI. Recuerda a la cárcel ‘de pobres’ de la Fresneda, con un hueco en el suelo –actualmente enrejado– por el que lanzaban a los presos al nivel inferior. La protege del exterior una puerta de madera, tiene el techo bajo y el acceso se realiza a través de una escalinata muy estrecha, lo que confiere a la visita un punto lúgubre. El calabozo sigue intacto, con lo que se mantiene la impresión fidedigna de lo que suponía caer preso allá, y el acceso es libre desde la plaza. Justo detrás está la bajada hacia el Molí de L’Hereu; a medio camino se halla el antiguo lavadero, recientemente restaurado.

Cómo llegar a Ráfales y curiosidades

Comarca. Matarraña.

Cómo llegar. Desde Teruel, su capital de provincia, hay 166 kilómetros por la N-420 hasta Castelserás, para tomar luego la A-1409 hasta La Codoñera y luego la A-207 y la N-232, para desviarse finalmente por la TE-V-3005.

Patrimonio. La parroquia de la Asunción es de estilo gótico levantino, y data del siglo XIV sobre la base de un templo románico del XIII. Destaca el torreón en el lado de la epístola. También destacan los restos del castillo calatravo, los portales de la Boira, de San Roque y de la Villa y la ermita de San Rafael.

Estrets del Tormassal. El río Tastavins discurre en el término por los Estrets de Tormassal, un congosto formado al atravesar los materiales detríticos de la Depresión Geológica del Ebro.

Casas rurales. En el pueblo, además del hotel del Molí de L’Hereu y del restaurante La Alquería, hay hospedaje en Casa Águeda, Casa Nieves y Casa Juano. Junto a La Alquería está el bar La Plaza.

Reportaje de la serie ‘Aragón es extraordinario’.

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