Valles misteriosos

Sentado una noche en el jardín de una torre de Movera, debatimos entre amigos sobre bagatelas del verano. No se nos ocurre arreglar el mundo, ese deporte tan arraigado en las costumbres del país. Hay una amiga del valle de Tena y, sin querer, acabamos indagando sobre ese topónimo tan misterioso. Sallent se llama Sallent de Gállego, no Sallent de Tena, Panticosa suena a balneario romano de Augusto, hombre de salud frágil pero que gobernó Europa durante medio siglo. Biescas suena a Bielsa y Belchite, nombres de la antigua Iberia. En suma, que no hay constancia de ningún pueblo del valle de Tena, ni ningún afluente del Gállego, el río de las Galias, que se llame Tena. Sabiñánigo parece aludir al valle de las sabinas, el árbol emblemático de los Monegros, de igual modo que Boltaña sugiere el valle de los boletus, la Boletania, las setas en latín.


Con el imperio de los ‘telefoninos’, como llaman con gracia los italianos a los móviles, palabro horrible, las tertulias estivales se nutren de voces remotas.


Un amigo llama desde Peñíscola, otro desde Siresa. El que llama desde Siresa, incorpora un nuevo valle misterioso, el valle de Oza o valle de la Osa, y el gran monasterio de Siresa, topónimo versallesco, ‘sire’ es sinónimo de majestad en Francia, para llamar al Rey Sol o al emperador plebeyo Bonaparte. Siresa sería el palacio-monasterio del rey o ‘sire’ de la Jacetania, el lugar natal de Alfonso el Batallador.


Incluso el retórico presidente estadounidense Barack Obama recuerda en cierto libro suyo una cita de Faulkner, el pasado nunca muere, lo que es una broma, pues los norteamericanos no tienen pasado, apenas dos siglos. Las hijas de Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos, aprendieron español leyendo el Quijote, porque su padre comprendió que el pasado de América es español. Y así, saltando de un valle a otro del Pirineo, se nos pasa la noche de verano