Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Baila como la abuela

Lo que la veterana danzarina del vídeo viral quizás ignora es que, además de proporcionarle popularidad, bailar así puede alargar su vida. Varios estudios vinculan la danza y menores riesgos para la salud.

Bailar tiene un efecto antienvejecimiento en el hipocampo
Bailar tiene un efecto antienvejecimiento en el hipocampo
Avital Pinnick

Por las redes se expande como la pólvora el vídeo de una bailarina singular. Se llama Rachel, vive en Miami y, cuando el cantante de reggaetón Daddy Yankee lanzó un reto en las redes para que sus fans se aprendieran la coreografía del videoclip y la compartieran con el hashtag #DuraChallenge, no lo dudó ni un segundo. Se grabó bailando con desparpajo el pegadizo tema. Y su vídeo se hizo viral. Porque tiene ritmo, porque tiene swing y porque tiene nada menos que 90 años.

La abuela viral que baila zumba

Lo que la veterana danzarina quizás ignora es que, además de proporcionarle popularidad, bailar así puede alargar su vida. En una investigación de la que se hacía eco la revista 'American Journal of Preventive Medicine', científicos australianos demostraron que el riesgo de sufrir cardiopatías se reduce casi a la mitad moviendo los pies al son de la música. Una actividad que recomiendan con mucha más vehemencia que solo caminar. Para colmo, se ha demostrado científicamente que danzar consigue reducir hasta un 76% el riesgo de padecer demencia, combate eficazmente la hipertensión, y hace que caigan dos marcadores sanguíneos propios de los procesos inflamatorios, la interleucina-6 y el recuento de glóbulos blancos presentes en la sangre.

¿Pero acaso bailar sienta tan bien como el deporte? Puede que incluso mejor. Según un estudio reciente que publicaba la revista 'Frontiers in Human Neuroscience', tanto bailar como hacer ejercicio físico tienen un efecto antienvejecimiento en el hipocampo, el área del cerebro que control la memoria, el aprendizaje y el equilibrio. Dice Kathrin Rehfeld, investigadora del Centro alemán para las Enfermedades Neurodegenerativas de Magdeburgo, que ya sea practicando deporte o moviendo el esqueleto crecen partes de la sesera que normalmente encogen y se deterioran con el paso de los años. Sin embargo, también asegura que solo en los bailarines se observa una mejora clara del equilibrio.

Los investigadores atribuyen esta diferencia a que a los danzarines senior de su experimento los retaron a aprender coreografías y géneros diferentes constantemente. Por el contrario, las rutinas de entrenamiento, por ejemplo de cycling, o de fuerza y resistencia, suelen ser repetitivas.

Que los pies se muevan solos o no al son de la música depende en gran medida del tipo de ritmo. Resistirnos al movimiento puede resultar misión imposible si escuchamos hip-hop, un ritmo latino o música funky. Sin embargo, nuestro cuerpo logra quedarse quieto sin esfuerzo cuando suena una canción de jazz. Dice un estudio científico que los ritmos muy sincopados, es decir, en los que la regularidad se rompe y se forman figuras rítmicas complejas, no nos invitan a bailar. Pero tampoco los que se cuelan en el extremo contrario, como el monótono merengue. "Escuchando música disfrutamos mucho más cuando hay un equilibrio entre lo predecible que es el ritmo y la complejidad de la música", subrayan. En el punto medio, aseguran, están la virtud, el placer y ese cosquilleo que nos invita al movimiento espontáneo.

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