Tercer Milenio

En colaboración con ITA

¿Seremos eternamente jóvenes?

Con el paso de los años, dejamos de producir una proteína presente en el plasma sanguíneo de los jóvenes
Con el paso de los años, dejamos de producir una proteína presente en el plasma sanguíneo de los jóvenes
Heraldo

El presente: de ratones y hombres
Todo empezó en el año 2005. Cuando Thomas Rando y su equipo de la Universidad de Standford (Estados Unidos) retomaron un experimento pionero efectuado en la década de los cincuenta por Clive McCay en Cornell. En él, había conectado los sistemas circulatorios de un ratón joven y uno viejo –técnica denominada parabiosis heterocrónica–, con sorprendentes resultados.


Al replicar el experimento, Rando constató que, con la entrada de sangre joven en el organismo viejo, sus órganos y tejidos experimentaban un efecto regenerador y rejuvenecedor. Pero, paralelamente, el ratón joven mostraba signos de envejecimiento prematuro.


El siguiente gran avance se produjo en 2013, al comprobarse que la inyección periódica de plasma sanguíneo obtenido de un ratón joven producía efectos análogos, al tiempo que se evitaban los efectos negativos sobre el ratón donante.


Un año antes se había identificado una proteína presente en el plasma sanguíneo, el factor de diferenciación de crecimiento 11 (GDF 11), implicado en los efectos rejuvenecedores. Los organismos mayores dejan de producir esta proteína que aparece en ratones y humanos.


Dos logros que invitaban a ir un paso más lejos y probar los efectos de la inyección de plasma de humanos jóvenes en ratones viejos.


En el recientemente celebrado –este mismo mes de noviembre– Encuentro Anual de la Sociedad de Neurociencia, la investigadora de la compañía Alkahest, Sakura Minami, se congratulaba al anunciar los resultados: tras un tratamiento de dos inyecciones semanales de plasma humano durante tres semanas en ratones viejos, estos habían demostrado evidentes síntomas de rejuvenecimiento. Evidentes y medidos en una serie de pruebas que valoraron (y compararon con las de ejemplares jóvenes) tanto sus capacidades físicas como mentales. Esto último al favorecer la neurogénesis –nacimiento de nuevas neuronas en el hipotálamo–. Todo ello abre la puerta, en palabras de la investigadora, «a que en un futuro se pueda desarrollar un tratamiento antienvejecimiento para las personas», además de una posible cura para enfermedades mentales degenerativas. Con este objetivo, la compañía Alkahest ha puesto en marcha un ensayo con pacientes de alzhéimer.


Gracias a la reprogramación celular, un nuevo estudio, liderado por el investigador español Juan Carlos Izpisúa Belmonte, ha aumentado el tiempo de vida de roedores vivos un 30%.

El futuro: de ‘Cocoon’ a ‘La fuga de Logan’
Conseguir un hipotético tratamiento antienvejecimiento –tanto físico como mental–, el anhelado desde el principio de los tiempos elixir de la eterna juventud, nos conduciría a una sociedad ‘cocoonesca’, donde el baño rejuvenecedor en la piscina sería reemplazado por una inyección periódica que garantizase la presencia en nuestro torrente sanguíneo de los factores y proteínas implicados en la regeneración de los tejidos que el organismo deja de producir con la edad. Orquestada en torno a bancos de sangre, podría darse una sociedad altruista, donde los jóvenes donarían plasma para asegurar el bienestar de sus mayores, o bien una más pragmática, donde la donación fuera una especie de plan de pensiones basado en la cláusula: da ahora para recibir mañana.


Un panorama idílico hasta que se repara en las consecuencias colaterales: una sociedad integrada por individuos extremadamente longevos que exigiría bien aplicar un estricto control de natalidad con duras penas para quien lo violase; o bien establecer una ‘fecha de caducidad’, de tal suerte que el tratamiento no supusiese la ‘vida eterna’, sino vivir en plenitud hasta una edad prefijada. Una revisión de ‘La fuga de Logan’.


Eso en el largo plazo. Porque en el itinere, mientras el tratamiento no fuera aprobado y accesible para todos, podría surgir la amenaza de un comercio y tráfico ilegal de sangre y donantes jóvenes. Y eso sin dar pábulo a visiones tan distópicas como la de cazadores profesionales de sangre fresca o campos de cultivo de cuerpos jóvenes que garanticen disponer de un suministro constante de plasma regenerador para una élite dispuesta a lo que sea con tal de no envejecer.


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