Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Hiroshima: ciencia para no repetir los horrores del pasado

A consecuencia de la radiación, se inició uno de los estudios sobre salud humana más grandes realizados jamás. Las historias médicas de los hibakusha han permitido analizar de manera longitudinal los efectos de la radiación en el cuerpo humano.

Obama saluda al superviviente de Hiroshima Sunao Tusboi, de 91 años.
Obama saluda al superviviente de Hiroshima Sunao Tusboi, de 91 años.
EFE

Barack Obama se convirtió a finales de mayo en el primer presidente estadounidense en ejercicio de su cargo que visita Hiroshima y que rinde homenaje a las víctimas de la bomba atómica. No obstante, no pidió perdón por el lanzamiento por parte de los Estados Unidos de América de la bomba atómica sobre la ciudad nipona en la Segunda Guerra Mundial. Obama inició su discurso con una poética elipse que escondía a los verdaderos responsables del ataque: “Era una mañana luminosa y sin nubes. La muerte cayó del cielo y el mundo cambió”.


Han transcurrido casi 71 años desde el fatídico 6 de agosto de 1945 en el que la muerte cayó del cielo. Little Boy, la bomba lanzada sobre Hiroshima, era una bomba de fisión que contenía 64 kilos de uranio-235. La fisión nuclear se produce cuando un núcleo atómico pesado (como el del uranio o el del plutonio) se divide en dos o más núcleos pequeños (por ejemplo, por el impacto de un neutrón). A su vez, se liberan neutrones y fotones como subproductos y estos neutrones libres golpean otros núcleos atómicos, iniciando una reacción en cadena de fisión que libera una gran cantidad de energía.


La bomba tardó 44,4 segundos a caer desde 9.400 metros hasta una altura de 580 metros, donde detonó. La fuerza de la explosión fue equivalente a 16 kilotones de TNT. Un segundo después de la detonación, el calentamiento del aire por acción de los rayos X generó una bola de fuego de 370 metros de diámetro, con una temperatura en su centro de un millón de grados centígrados. Esta expandió rápidamente el aire que la rodeaba, produciendo una onda de choque u onda de presión que viajó a velocidades supersónicas. El calor de la explosión elevó la temperatura en la superficie a más de 3.000 grados: el doble del punto de fusión del hierro. Unos 12 km2 y el 70% de los edificios de la ciudad fueron destruidos por la explosión, las altas temperaturas y los incendios posteriores.


Comparando la fuerza de la bomba con los daños producidos, se describió el área letal —aquella en la que cerca del 100% de personas mueren por la explosión— como la que experimenta una sobrepresión de 5 psi (libras por pulgada cuadrada) producida por la onda de choque. En Hiroshima el área letal tenía 3,5 kilómetros de diámetro. Se calcula que en el impacto inicial murieron entre 70.000 y 80.000 personas, un 30% de la población de la ciudad, mientras otros tantos resultaron heridos. Muchas de ellas perecieron en los meses posteriores. La cifra final de víctimas oscila entre 90.000 y 146.000 en Hiroshima, y entre 39.000 y 80.000 más en la ciudad de Nagasaki, sobre la que los norteamericanos lanzaron una segunda bomba tres días después.


Los supervivientes, conocidos con el término japonés hibakusha (literalmente “persona bombardeada”), tuvieron que hacer frente a los efectos de la radiación. Los síntomas iniciales incluían fiebre, vómitos, diarrea, pérdida de cabello, y hemorragias en las encías. La radiación producida por la explosión (rayos gamma y en un 10% neutrones) es radiación ionizante que interactúa con la materia y produce alteraciones en el ADN. Únicamente el 1,7% del uranio-235 de Little Boy se consumió en la reacción de fisión inicial; el resto de material radiactivo se esparció por toda la ciudad. Dos días después del bombardeo, Harold Jacobsen, médico del Proyecto Manhattan, afirmó que durante 70 años nada crecería en Hiroshima. Un mes despúes, flores rojas de canna empezaron a brotar a tan solo un kilómetro de la zona cero. El 17 de setiembre el tifón Makurazi inundó grandes áreas de lo que quedaba de Hiroshima y mató a 2.000 personas, pero trajo consigo una capa de sedimento libre de radiación. En la primavera del año siguiente los cerezos florecieron. A lo largo de muchos años se fue reconstruyendo la ciudad y sus habitantes poco a poco fueron capaces de volver a algún tipo de normalidad.


A consecuencia de la radiación, se inició uno de los estudios sobre salud humana más grandes realizados jamás. Las historias médicas de los hibakusha han permitido analizar de manera longitudinal los efectos de la radiación en el cuerpo humano. En las décadas transcurridas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, científicos japoneses y americanos, liderados por la Fundación de Investigación de los Efectos de la Radiación del Japón (RERF), han estudiado a unos 94.000 supervivientes. Los científicos han podido determinar los lugares donde se encontraban cada uno de ellos en el momento de la explosión para estimar a qué dosis de radiación fueron expuestos. Otras 26.000 personas de otras ciudades japonesas han sido estudiadas a modo comparativo. En la actualidad, un tercio de ellas siguen vivas. Todas se han podido seguir gracias al registro de familias del Japón (koiseki) y a los registros de casos de cáncer que se establecieron en los hospitales de Hiroshima y de Nagasaki a finales de los años cincuenta. La RERF tiene sus orígenes en la Comisión de Víctimas de la Bomba Atómica creada por el presidente Truman en 1946. Durante la primera década fueron los americanos quienes analizaron los efectos de la radiación en los japoneses. Evidentemente no eran nada populares: habían lanzado la bomba, habían ganado la guerra y ¿pretendían usar a los japoneses como cobayas? Más tarde, japoneses y americanos empezaron a colaborar.


Los estudios permitieron determinar cómo aumenta el riesgo de sufrir un cáncer en función de la exposición a la radiación, que los jóvenes son más sensibles a ella que los adultos y las mujeres que los hombres. Una sola exposición es suficiente para incrementar el riesgo. En 70 años, los supervivientes han desarrollado decenas de miles de tumores, pero los investigadores de la RERF estiman que solo el cinco por ciento de estos son atribuibles a la radiación de las bombas (en los más irradiados, el porcentaje aumenta hasta el once por ciento). El de tiroides y las leucemias fueron los primeros en aparecer. Los tumores sólidos lo hicieron entre 10 y 30 años después de la irradiación. Aun así, los efectos a largo plazo de la irradiación a dosis bajas no son siempre fáciles de discernir. El cáncer es una enfermedad que se relaciona con la edad y su incidencia ha ido aumentando con el incremento de la esperanza de vida.


Mantener la memoria de los hibakusha, a través de sus historias personales y comprender el alcance y las consecuencias del horror de Hiroshima y Nagasaki nos ayudará a que tales atrocidades no se repitan. La imagen de un presidente americano, Nobel de la Paz, pidiendo perdón hubiera lanzado un potente mensaje de reconciliación para las generaciones venideras.

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