Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Por qué te gustan los muebles de caoba lacada

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que la elección de los muebles del hogar no era motivo de acaloradas discusiones familiares ni de consulta de catálogo. A mediados del siglo XVIII, cuando los ebanistas ingleses descubrieron los tesoros que les brindaban un pequeño insecto parasitario asiático y un árbol caribeño, nuestra percepción del mobiliario doméstico empezó a cambiar para siempre.

Tal éxito tuvo esta madera para la fabricación de mobiliario doméstico que, en menos de dos siglos, el árbol caribeño del que procede fue llevado al borde de la extinción
Tal éxito tuvo esta madera para la fabricación de mobiliario doméstico que, en menos de dos siglos, el árbol caribeño del que procede fue llevado al borde de la extinción

Aunque, a día de hoy, acudir a tiendas de diseño y cambiar los muebles del salón cada dos por tres por otros más a la moda nos parece de lo más normal, lo cierto es que el surgimiento del mobiliario doméstico con fines decorativos u ornamentales es algo relativamente reciente. No se produjo hasta mediados del siglo XVIII, sustentado sobre tres descubrimientos, logros o, ya que estamos, patas que confluyeron en Inglaterra en esa época.

Swietenia mahagoni, la estrella de las maderas

La primera de ellas atiende al nombre científico de Swietenia mahagoni: la caoba caribeña, cubana o de las Indias occidentales. Un árbol del que se obtiene la preciada madera homónima. La caoba, sus cualidades y su calidad, se conocían desde la llegada de los descubridores españoles y posteriormente los aventureros franceses al Caribe. Pero tanto unos como otros le dieron un uso bastante restringido. No fue hasta mediados del siglo XVIII, cuando los ingleses se hicieron con el control de la zona y del comercio marítimo procedente de América, que la caoba se convirtió en la estrella de las maderas.

Los ebanistas británicos, acostumbrados a trabajar con maderas robustas y sólidas, como el roble, predominantes en sus islas, de inmediato quedaron prendados de las cualidades de aquella madera luminosa, a la vez resistente y muy dúctil. Ideal para fabricar los muebles más elaborados y sofisticados que comenzaba a demandar la nueva sociedad de la época. Una sociedad urbanita, obligada a sustituir la belleza natural de las campiñas por la elegancia del mobiliario doméstico en sus residencias de la ciudad.

Tal fue la fascinación que despertó la caoba que, literalmente, fue llevada al borde de la extinción. Así, tras el parón que supuso la Primera Guerra Mundial, hubo de ser reemplazada por otras especies como la caoba atlántica o las (falsas) ‘caobas’ africanas.

El insecto de la laca

El auge del mobiliario tampoco se podría entender sin la secreción de un pequeño bichito asiático: el insecto (o insectos) de la laca, como se conoce a un puñado de especies de la familia Kerridae entre las que destaca la Kerria laca. Estos insectos parasitan las ramas de ciertos árboles nativos de Asia oriental alimentándose de su savia. La hembra segrega una sustancia –básicamente la savia procesada– con la que forma una película coloreada y dura para proteger su puesta de huevos. A esta secreción, a veces definida como resina animal, se la conoce como goma laca. En la India, China o Japón, desde la antigüedad se ha recolectado y criado a los insectos para disponer de esta goma laca y, una vez procesada, hacer uso de la misma con dos fines principales: como tinte de lanas, sedas y pieles; y como barniz para dar un brillante y protector acabado a los muebles e instrumentos de madera.

En occidente también se tenía constancia de su existencia y empleo desde los viajes de Marco Polo. Y acceso a la misma a través de los mercaderes italianos que comerciaban con las especias y productos de Oriente. Durante siglos fue empleada sobre todo para realizar imitaciones de piezas orientales y como pigmento y tratamiento protector final en cuadros. Pero, de nuevo a partir del siglo XVIII, cuando los británicos se hicieron con el dominio del comercio oriental, sus ebanistas y artesanos encontraron en la laca –en la fracción soluble en alcohol– el perfecto acabado para sus novedosos muebles: una película brillante, incolora, inodora, no tóxica, resistente a los arañazos y al sol, que aún estando húmeda no atrapaba polvo durante su aplicación, y que se secaba con gran rapidez.

Fabricación en serie

La tercera, última y fundamental pata que sustentó el, desde entonces, permanente auge de la industria del mobiliario doméstico, fue el desarrollo de un nuevo sistema de producción con el que poder satisfacer la creciente demanda y, al mismo tiempo, sacar más rédito y productividad al trabajo. Consistió en el paso de fabricar muebles por encargo e individuales a fabricarlos en serie; a partir de un diseño único. Lo que implicaba producir piezas en moldes que luego eran ensambladas entre sí. El ebanista pasó de ser un artesano a un industrial. Y su lugar de trabajo, de taller a fábrica.

Una evolución que en la actualidad ha alcanzado su máxima expresión con riadas de gente recorriendo los pasillos del Ikea de turno para adquirir kits de tableros que luego ensamblan en casa y así poder presumir de sillas, escritorios o estanterías idénticas a las del vecino.

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