En la jerga médica habría que responder que se trata de una ganglioneuralgia esfenopalatina. O, como se le llama comúnmente, la cefalea del helado. Un dolor de cabeza repentino, normalmente ubicado debajo de la frente, que aparece cuando consumimos helados, polos, granizadas o bebidas muy frías demasiado rápido. "Intenso y punzante", según lo describe la Sociedad Internacional del Dolor de Cabeza.

Lo que sucede es que cuando un alimento muy frío toca el paladar superior (el cielo de la boca) su baja temperatura se transmite de inmediato al cerebro. Las alarmas saltan en la sesera. Porque el cerebro es un órgano muy sensible, necesita mantener una temperatura constante y agradable. Y la estrategia para que no se nos queden las neuronas hechas cubitos es intentar aumentar el riego sanguíneo. Vasodilatación. Usando tecnología Doppler, científicos de la Escuela de Medicina de Harvard (EE. UU.) demostraron hace poco que bebiendo agua helada se produce un aumento súbito y brusco del flujo de sangre en un vaso sanguíneo muy concreto: la arterial cerebral anterior. Para intentar compensar el frío, esta arteria se dilata. Como consecuencia, la presión en la cabeza se dispara. Y eso genera dolor.

Para que la cefalea desaparezca, solo hay que volver a calentar el paladar para conseguir que la arteria se contraiga de nuevo. Una posibilidad es presionar el cielo de la boca con la lengua, que normalmente está a 37ºC. Tampoco es mala idea beber agua templada. Incluso se puede cubrir la boca y la nariz con las manos y respirar aceleradamente para incrementar el flujo de aire caliente hacia el paladar. Para gustos, colores (y soluciones).