Tercer Milenio

En colaboración con ITA

La ciencia de 'El Programa': así se dopaba Armstrong

La película 'El Programa' relata el dopaje, ascenso y caída de Lance Armstrong.
La película 'El Programa' relata el dopaje, ascenso y caída de Lance Armstrong.
Working Title Films / StudioCanal

Lance Armstrong, tras ganar su primera etapa en un Tour de Francia: “No se trata de las piernas, no se trata de los pulmones. Se trata del corazón, se trata del alma”.


Pero si era una cuestión de alma, ¿por qué fue que puso en marcha lo que ya se conoce como “el programa de dopaje más sofisticado de la historia”?


No hace falta respuesta, la pregunta es retórica.


Con esa frase comienza 'The Program' ('El Ídolo'), la película de Stephen Frears ('Las Amistades Peligrosas', 'Alta Fidelidad') sobre el dopaje, ascenso y caída de Lance Armstrong: el ciclista de cadencia poco menos que sobrehumana que llegaría a ganar siete Tours y al que terminaron por desposeer de todos y cada uno de ellos. El motivo, ya conocido: que ninguno lo ganó 'limpio'.


Como en (casi) todo biopic, no hay excesiva sutileza en la película. Hay una cierta sensación de cartón maniqueo pululando incesante, pero sin embargo ofrece una hora y media razonablemente condensada de la determinación, la autosugestión, la suciedad y el narcisismo de un personaje y un equipo ciclista programados para triunfar. Aunque no les correspondiera hacerlo.


Cuando en 1993 Armstrong gana su primera etapa en el Tour era ya un ciclista prometedor. Había ganado varias carreras de un día y ese mismo año vencería en el campeonato del mundo. Pero nada hacía suponer que ganaría una carrera de tres semanas. Así se lo dice en la película Michele Ferrari, el médico italiano considerado como el gurú de la época en materia de rendimiento y dopaje.


(Ferrari y el argumento por algunos repetido: el dopaje “no es un problema, el problema es el abuso”.)


Por si fuera poco, a Armstrong se le diagnostica un cáncer de testículo extendido a pulmones y cerebro y debe retirarse durante dos años de la competición. Cuando volvió, la relación con Ferrari era particularmente estrecha, y su regreso fue a lo grande. En 1999 gana, contra todo pronóstico, su primer Tour de Francia. Por su sangre ya corrían cantidades antinaturales de:


Testosterona: la hormona típicamente masculina (aunque también las mujeres la producen en pequeñas cantidades). Su administración ayuda a mejorar el rendimiento principalmente porque se comporta como un anabolizante: 'fabrica' músculo y aumenta la fuerza que puede realizar. Además, tiende a disminuir la cantidad de grasa y mejora la recuperación y la tolerancia al entrenamiento. ¿Los problemas? Puede provocar un aumento de tamaño en la pared del corazón y aumenta el riesgo de insuficiencia cardiaca, además de hipertensión arterial, posible fallo renal y alteraciones sexuales más o menos permanentes.


Por entonces apenas nadie sospechaba nada. En ese Tour hubo bastantes favoritos que se retiraron, y el caso de Armstrong se veía más bien como un caso apabullante de superación personal. Uno de los pocos que se apartaron de esa ola fue David Walsh, periodista irlandés que lucharía durante años para destapar la trama y que funciona en la película como elemento de arrastre, como el contrapunto al éxito avasallador. Porque Armstrong sigue ganando carreras mientras en su sangre también:


Hormona de crecimiento y corticoides: la primera es un anabolizante y funciona de forma parecida a la testosterona, pero también aumenta el riesgo de insuficiencia cardiaca, de hipertensión y además de diabetes, al liberar azúcar a la sangre. Los segundos funcionan como potentes antiinflamatorios, ayudan a recuperarse de lesiones y a competir con ellas, pero a cambio y a largo plazo disminuyen las defensas, aumentan el riesgo de osteoporosis, de hipertensión y de diabetes, entre otros problemas.


Mientras los éxitos se acumulan, la red de dopaje se perfecciona. En esos años todo su equipo funciona como una locomotora (el tren azul, le llamaban, por el color de sus maillots). Parece que hay una cierta connivencia (de las autoridades, del resto del pelotón -del que apenas se nos dice nada: ¿cuántos más se dopaban también y al unísono? ¿Era -es- posible ganar un Tour estando 'limpio'?). Incluso hay un control en el que parecen detectársele restos de EPO, pero se reanaliza y se silencia.


EPO (eritropoyetina): fue durante muchos años la reina del dopaje, hasta que se desarrollaron los métodos capaces de identificarla. Es una hormona producida fundamentalmente por los riñones que actúa estimulando la producción de glóbulos rojos, elevando el llamado hematocrito. De esta forma aumenta el transporte de oxígeno y el rendimiento puede incrementarse del orden de un 10%, se estima. Como no podía detectarse, se estableció un valor límite de hematocrito, considerado como el máximo 'natural', un 50%: la cifra mágica con la que jugaban sin poder superar. ¿Los riesgos de todo ello? La EPO aumenta la viscosidad de la sangre, eleva significativamente el riesgo de trombos y por tanto de infartos y embolismos.


La EPO empieza a ser detectable, pero Armstrong sigue ganando y avasallando. El principal método del programa pasa a ser una estrategia antigua pero recuperada. Las autotransfusiones sanguíneas, virtualmente indetectables al tratarse de la propia sangre del deportista.


Autotransfusiones: para conseguir 'enriquecer' la sangre se seguía un calendario anual perfectamente establecido. Durante las semanas de entrenamiento se hacían concentraciones en altura: al haber menos oxígeno en el ambiente el cuerpo reacciona produciendo más EPO de forma natural, adaptándose para compensar la carencia. En ese momento se les realizaban extracciones de sangre que se guardaban refrigeradas para luego administrarlas durante la competición. ¿Los riesgos? Parecidos a los de la EPO, junto con la posibilidad de sufrir reacciones ante un aumento súbito del volumen sanguíneo o de que la sangre se encuentre en mal estado.


Y durante todo ese tiempo, las más variadas estrategias para ocultar cada uno de los procedimientos. Se instalaron controles por sorpresa, pero al parecer eran avisados con anterioridad a la visita, y eso les daba tiempo para prepararse.


La ocultación, el enmascaramiento: además de procedimientos más o menos rústicos, como cambios de botes de orina o aplicar maquillaje en las zonas de los pinchazos, había diversas fórmulas para 'cumplir' con los controles. Por ejemplo: si el hematocrito estaba demasiado alto, se inyectaban suero salino o expansores de plasma directamente en vena, para diluir la sangre y disminuir el porcentaje. Si el control era de orina a veces tomaban diuréticos, para así también 'aclararla' y ocultar los posibles restos de EPO o anabolizantes. En el caso de las autotransfusiones no había casi problema. Incluso a día de hoy sigue sin haber un método definitivo para identificarlas. Se han desarrollado algunos que detectan restos plásticos de las bolsas en que se almacenan, pero lo que prima por ahora es el pasaporte biológico: el registro periódico de ciertos valores sanguíneos a lo largo del año para captar variaciones extrañas.


Así hasta que la trama termina por explotar. Tras ganar siete Tours consecutivos, retirarse y volver a la competición, varios de sus compañeros son 'cazados'. Aunque en un principio lo niegan, algunos de ellos terminan por confesar e implicar al propio Armstrong como participante y como uno de los líderes del programa. Él mismo termina por aceptarlo en la ya famosa entrevista en el programa de Oprah Winfrey.


Mientras tanto van saltando más casos, y la sospecha se mantiene amplia, como un plano de sombra general.


Mientras tanto ha comenzado otro Tour. Entre los aficionados, que no quieren ver perder su deporte, la sospecha constante compite con una deliberada o inconsciente suspensión del juicio.


En ese territorio nos movemos. Hacia delante, hasta París.

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