Las estrellas no existian en aquel país. Acababa de aterrizar en África y solo traía conmigo el pasado, cargado de desamor y desencuentros.

Aquel proyecto de cooperación me había entusiasmado cuando me lo explicaron. Sí, sería estupendo poder ayudar. El ébola copaba todos los medios de comunicación por aquel entonces.

Me presentaron a la familia que me acogería ese tiempo y los saludé amablemente. Al lado, un mínimo hospital sin recursos. Al otro lado, una especie de cementerio.

Creo recordar que era tarde cuando me dormí. El primer día de esa nueva vida empezó temprano, cuando Mamú se acercó y me dijo llorando: "El ébola ha llegado aquí".

Pasados los meses, cuando mis fuerzas no me permitían seguir, recibí la visita de Mamú. Me cogió levemente de la mano y me abrazó.

Hoy, pasados los meses, Mamú vive conmigo en Barcelona. Tiene sesenta y no los aparenta.

Solemos ir juntas a pasear, a comprar, al teatro. Pero lo que más nos gusta es viajar, dos veces cada trimestre, a África, donde está todo, y donde nació aquello que siempre busqué: una verdadera amistad.