"Dejé de ser una persona libre para ser esclava de la bulimia"

Una joven de 23 años cuenta cómo está superando esta enfermedad y aconseja pedir ayuda.

Belén quiere dejar de ser "esclava" de una enfermedad que lleva demasiado tiempo en su vida. Nunca imaginó que un "simple tonteo" con la comida cuando tenía 14 años pudiera llevarle a padecer bulimia. Hace poco más de un año Belén pidió ayuda. "Todos mis problemas se reducían a contar las calorías que comía al día. Era agotador. Solo me preocupaba por mi cuerpo y mi peso", cuenta Belén. Ahora, esta joven de 23 años, estudiante de Arquitectura, acude tres veces por semana a un centro de rehabilitación para tratar esta grave enfermedad. Sabe que es un camino largo y difícil, pero del que se puede salir. "He visto cómo gente muy enferma que estaba a punto de morir se ha recuperado y lleva una vida completamente normal", dice Belén. 


Con 14 años la familia de esta joven decidió mudarse a Zaragoza. Le costó adaptarse al cambio y la inseguridad por su aspecto físico crecía. “Me preocupaba mucho por gustar y caer bien a la gente”, apunta Belén. La cosa no fue a mejor y durante esa época empezó a cambiar su actitud. "Estaba muy deprimida, me sentía mal con mi cuerpo y mis padres decidieron que el apoyo de un psiquiatra me ayudaría", señala Belén quién asegura que ya este especialista vio algún indicio de su enfermedad porque sin todavía ser un problema evidente le aconsejó ingresar en la Unidad de Trastornos alimentarios del Hospital Clínico.


Así, Belén comenzó con una psicóloga y asistió a reuniones con otras chicas que padecía bulimia y anorexía. "Estuve unos dos años asistiendo a estas terapias pero no sentía que tuviera un problema. Pero es cierto que comía por ansiedad cantidades desproporcionadas", confiesa la joven. Tras dos años, Belén recibió el alta y dejó de asistir a estas reuniones. "Empecé a estar más animada porque otros factores de mi vida mejoraron: colegio, familia, estudios, etc., y adelgacé  porque no tenía tanta ansiedad", explica. Pero, esto supuso un arma de doble filo. "La gente no paraba de repetirme lo guapa que estaba con esos kilos de menos", sentencia. Y, con ello vino su obsesión por mantenerse delgada y en forma. "En bachillerato -recuerda Belén- hice auténticas barbaridades. Había días que me alimentaba solo de coca cola light, chicles y polos de fresa. Hacía dietas súper estrictas y controlaba todo lo que comía", relata la estudiante. 


La cosa empezó a empeorar. A esos días de restricción de alimentos se unieron los atracones de comida. "Me sentía mal por comer cantidades exageradas y tenía que vomitar", cuenta Belén: "Era consciente de dónde me estaba metiendo pero no podía evitarlo. Te autoengañas. Yo decía cuando llegue a mi peso ideal, pararé". Al "agobio" de no poder controlar ese impulso, se une el sentimiento de culpa. "Me enfadaba conmigo misma por vomitar pero con el tiempo entiendes que no es algo que tú decides... hay cosas que se escapan de nuestro control", detalla. 


Con 18 años el caso de Belén se agravó. Todos sus problemas giraban en torno a qué tendría que comer ese día. "Iba a la Universidad con miedo, pensando qué excusa pondría ese día para librarme de comer", recuerda. Y, en su casa las cosas no iban mejor. Su bulimia era el centro de los problemas familiares, algo que tampoco ayudaba a que la joven se recuperase. "Dejé de ser una persona para convertirme en una esclava de esta enfermedad. Vomitaba más de ocho veces al día. Se convirtió en una droga para mí", admite. 


En ese momento, decidió pedir ayuda. "No podía seguir así", reconoce. Y, con este paso comenzó a acudir a un centro de rehabilitación. "Me daba mucho miedo comer cualquier cosa y luego no vomitar", cuenta. Pero, Belén apostó por curarse y poder desprenderse de la presión que causaba en ella tener que elegir qué comer para luego obligarse a vomitarlo. 

Pedir ayuda, el primer paso para recuperarse

Una de las normas del centro al que acude es no hablar sobre estos temas: ni comida, ni físico, ni nada que tenga que ver con el peso e incluso no pueden elegir qué comer. "Aunque no te guste el chorizo, si te lo ponen en el bocadillo de la merienda te lo tienes que comer", sentencia Belén, quien asegura que es una manera de "quitarnos la obsesión por la comida".


Además, ver a otras chicas que estuvieron enfermas y que ya estaban recuperadas fue un aliciente para seguir luchando y superar su bulimia. "El hecho de saber que alguien que no es un médico y que ha pasado lo mismo que tú está totalmente recuperada es muy positivo para las que entramos porque es una motivación para seguir las pautas de los médicos", dice Belén: "Cuando paré de darme atracones de comida fue como volver a ser una persona normal".


Hoy, esta joven lleva cerca de dos años sin vomitar y su vida mejora cada día, simplemente porque cada vez es más libre. "Ya puedo irme de vacaciones con mis amigas, hacer planes sin preocuparme de la comida y elegir qué me apetece comer mañana", cuenta Belén orgullosa. Y es que, ver a su familia, a su novio y a sus amigas felices por su recuperación "no tiene precio". Por todos ellos y por darse a ella misma una nueva oportunidad decidió curarse. Pero después de contar su historia, Belén quiere dejar un mensaje de esperanza: "Se puede salir de esto pero hay que tener paciencia. Es un proceso lento pero merece la pena. Todo lo bueno que me caracterizaba antes lo había perdido y ahora lo estoy recuperando", concluye Belén, quien destaca la importancia de pedir ayuda a las personas de tu entorno. "Sola no se puede vencer a la bulimia", recalca.

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