María José Aybar: "Mi vida no está ocupada porque avance o no mi cáncer"

Creadora y presidenta durante 20 años de Amac-Gema, la asociacion de cáncer genital y de mama, es la imagen misma del valor y la lucha contra una enfermedad que afecta cada año a 800 aragonesas.

María José Aybar (Zaragoza, 1950), creadora y presidenta durante 20 años de Amac-Gema.
María José Aybar (Zaragoza, 1950), creadora y presidenta durante 20 años de Amac-Gema.
Oliver Duch

Cuenta con orgullo cómo su padre era alguien peculiar y muy avanzado, que le cortó el pelo a lo francés para su Primera Comunión mientras el resto de sus compañeras lo hacía con las trenzas clásicas de la época. Que le educó en el Joaquín Costa y el instituto Miguel Servet, y que ya a los 3 años sabía leer porque le enseñó un hermano de su madre con el que vivía. María José Aybar (Zaragoza, 1950) quiso hacer Derecho, pero también su padre le indicó que aquello que se empezaba había que terminar, así que pensó que 5 años eran demasiados para esperar a casarse, porque, además, le puntualizó que sin el título oficial en la mano no le daría el permiso para poder hacerlo, entonces obligatorio por ley. Se pasó a Turismo, que eran tres años, y comenzó Derecho que nunca llegó a terminar. Su vida era normal, hasta que con 42 años y tres hijos se le volvió del revés cuando le dijeron que tenía un cáncer de mama y ella pensó que esa palabra solo significaba ‘muerte’. A partir de entonces, esta mujer presumida, de vitalidad arrolladora, capaz de llevar durante meses cortado y teñido en el pelo el lazo rosa de la lucha contra el cáncer de mama, le dijo al médico que ella no se iba a morir, que pusiera la técnica y ella haría el resto: ganas de vivir. Y así ha sido, porque ese resto o arrojo o sentir cada segundo de su aliento, es la pauta que rige ese universo de pasión en el que ha convertido no solo su vida sino todo lo que la rodea. Porque nunca ha desfallecido, ni siquiera cuando muchos años después, en 2010, le diagnosticaran otro cáncer ya metastásico que aun padece y del que, dice, tampoco se morirá. Ha pasado por momentos de inmenso dolor, tristeza, rabia; ha gritado eso tan humano de "por qué a mi", "qué he hecho para tener ésto"... hasta frenar en seco y decidir que es ella y no el cáncer la que pauta y manda en su vida. Y te lo explica dándote una lección magistral de cómo sentirte viva, abofeteándote tus propios valores, lanzando un puñetazo a esas cosas tan superfluas que nos complican el día a día envueltas en algo tan nuestro como es la vanidad o la envidia, y lo hace con una contundente simplicidad y que complica mucho esta labor de intentar expresar en palabras la riqueza de su sencillo mundo interior. Creadora y presidenta hasta hace unos meses de Amac-Gema, la asociación que vela por quienes padecen cáncer de mama y genital del que sabe casi todo, a esta mujer le debemos la carrera ‘rosa’ que invade la ciudad y el ‘flashmob’ y la Federación española de Cáncer de Mama y el Europa Dona... y conversar con ella es hacerlo con esas 800 mujeres a las que cada año en Aragón se les diagnostica y se enfrentan a las dos caras de la vida: a la vida misma y al hálito del ocaso.


-Hablar con usted es reconocer una lucha personal de quien ha eliminado eso de ‘cáncer=muerte’.

Todo se lo debo a mi educación, a cómo me criaron porque soy nieta de una abuela divorciada y eso marca porque no era lo normal. Ella aprovechó la Ley del Divorcio de la República para hacerlo. Vivía en Boquiñeni. Era una persona muy educada que tocaba el piano y escribía mucho, que se casó con el rico del pueblo al que no le gustaba trabajar y con el que tuvo cinco hijos. Yo estuve mucho con ella, era su nieta preferida. Mi madre, imagínese, hija de divorciada que pasó de tener mucho a tener que trabajar mucho para salir adelante. Mi abuela hizo de todo, se vino a Zaragoza y vendía botones y telas a domicilio. Mi madre se casó tarde, con 30 años, y con un hombre también avanzado.


-¿Cómo se asume un cáncer?

Es un mazazo. Tenía 42 años y tres hijos y en 1992 era igual a muerte, de hecho yo no conocía a nadie que lo hubiera superado. Así que cuando me lo dijo el médico en décimas de segundo pasó ante mi una película de mi vida y me dije que no había hecho nada por mí y que tenía que seguir viviendo para hacerlo. Me ayudó mucho su sensibilidad, su manera de decírmelo y de tratarme, porque me dijo que no me iba a morir. Y ya entonces quería estar con gente que hubiera pasado por lo mismo.


-Por eso creó Amac-Gema.

Cuando salí de aquello volví a trabajar. Siempre lo hice en el Ayutamiento, en Gestión Tributaria, pero pedí traslado porque no quería estar cara al público y fui a Cultura. Allí conocí a Sole Bolea y fue providencial porque ella había pasado por un cáncer de ovarios, y pude compartir todo lo que sentía, mis penas, mis angustias... Pensamos en crear algo para ayudar a personas como nosotras y comenzamos en la Casa de la Mujer con una conferencia del ginecólogo que habíamos compartido, Ramón Lanzón, que llenó la sala. A partir de ahí fuimos creciendo hasta crear la asociación. Era 1994.


-No quiero que pase de puntillas por sus momentos de terrible soledad, del miedo por sus hijos.

Entonces se ocultaba mucho a quien padecía cáncer, te quedabas en casa, y mi hija de 17 años cambió de turno para poder acompañarme a las sesiones de quimioterapia. Tienes momentos de todo. Mire, a mi me gusta reírme y lo hago mucho, pero tenía sentimientos de rabia, impotencia, lamento, dolor, y cuando me decían ‘¡ay mamá!’ yo les pedía que me dejaran porque necesitaba llorar y quejarme... y hacerlo con la misma naturalidad que cuando me reía y nadie me preguntaba por qué lo hacía. Porque uno piensa, yo pensaba, que qué había hecho para merecer eso, en qué me había equivocado. Te planeas todo y hasta te culpabilizas de la enfermedad.


-Después de superar todo aquello volvió el cáncer .

Fue en 2010, pero durante 18 años yo no viví con una espada de Damocles, porque me sentía curada. Tenía una nueva vida, seguía haciendo mucho deporte, porque nado, camino, hago yoga. Me hice un espacio para mi, un lugar donde leer, reflexionar, escribir, estar a solas conmigo misma; hacía mis viajes con amigas. Pero en una revisión rutinaria me detectaron otro cáncer en la mana, ya metastásico en huesos.


-Lleva cinco años de tratamiento.

Y lo que me queda. Pero me da lo mismo porque mi vida no está ocupada porque avance o no el cáncer sino por vivir, sentir la vida, no pasar por ella, porque no es lo mismo vivir que sentir. Así que ahora no me preocupa el cáncer, sino que un día no pueda disfrutar de la vida, que mi consciencia no sea tal para poder hacerlo.


-¿Piensa en la muerte?

No, pero tengo planteado mi final. No me da miedo morir porque cada día disfruto de lo que me da la vida, aunque es cierto que me voy poniendo metas, como llegar a la Comunión de mi nieto mayor. Conjugar la vida con la muerte es terrenal y no podemos ser así.


-En su caso, la vida y la muerte han ido parejos.

Se convive con naturalidad con ambas cosas, desde luego. Me han llamado de Oncología para que me despidiera de personas a las que se iba a sedar, personas que sabían que marchaban allá donde tengas que ir, y ellas se van cuando quieren, eligen el momento de hacerlo. Yo cada noche recapacito sobre lo que he hecho, lo bueno y lo malo; escribo mi diario y lo haré hasta que tenga aliento. Hay que vivir en paz, sintiendo la vida.


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