Querido enemigo
Aquel día me despertaste muy temprano. Era sábado, pero no te importaba. Es más, parecía molestarte que yo quisiera seguir descansando abrigado hasta las cejas, entre mis sábanas. Sin embargo, tú insistías en llamar a mi ventana. Así que me rendí. Me levanté y desayuné con desgana.
Pero al ir a salir en tu busca, abrir la puerta no me dejabas. Yo no me rendía y con fuerza empujaba. Al fin pude contigo. Entonces enfadado me despeinabas, me silbabas e incluso al suelo me tirabas. No entendía tu enfado después de compartir tantos ratos. Volamos cometas y también aviones, jugamos con la pelota y la bicicleta.
Por ti he reído y he llorado. Por ti he corrido y he volado. Por ti nos conocen y nadie nos olvida. Así que, aunque a veces te hayamos odiado, tu nombre propio bien te has ganado: Cierzo.