El calor sofocante que inundaba el interior del autobús no facilitaba que conciliara el sueño. Tampoco lo hacía el hecho de que tras tantos años fuera, volviese a su lugar de origen, en Aragón.

Desde el momento en el que se sentó, los recuerdos inundaron su mente, como si hubieran estado esperando el momento idóneo para reaparecer como un torbellino. El calor de su hogar, las comidas familiares de los domingos, el olor a crema tostada, especialidad de su padre en la cocina, y él. ¿De verdad creía haberle olvidado? Parecía ser que no, o al menos aquel viaje le había hecho que su recuerdo también viniera a su mente de forma imparable.

Su primer beso, también el último, pero no el único. Un amor adolescente, a escondidas, en secreto, pero, a pesar de ello, verdadero. Después de él nunca había vuelto a amar a nadie de aquella forma. Ahora, tras veinte años viviendo en Madrid, tras un divorcio y con sus dos hijas recién independizas, Azucena había decidido regresar a casa.