El libro de nuestras vidas
Revisaba un gran lote recién comprado. Al poco separaría un volumen encuadernado con esmero en piel granate y pan de oro. Curiosamente, al abrirlo pude reconocer mi propia letra: «A mi amada Gloria»; la misma que me abandonara sin explicaciones tantos años atrás.
¿Quién lo trajo? urgí a mi empleado.
Una cincuentona muy guapa... aquella, la rubia del vestido de flores.
Recorrí ansioso el pasillo. La mujer estaba de espaldas; aun así la abordé:
Disculpe, señorita, ¿podría decirme dónde consiguió este poemario?
La pregunta flotó inerte cual celulosa. Al darse la vuelta, pude contemplarme rejuvenecido en el espejo de la vida.
Era de mi madre. Mi padre se lo regaló poco antes de que la guerra nos separase. Yo aún no había nacido... ni he vuelto a verlo.
Supe entonces que nuestra historia estaba ya escrita. Yo, Marquina, viejo librero de viejo de la calle Escar de Zaragoza, decidí leerla en aquel pequeño libro.