Mi madre

A veces me cuesta reconocer a mi madre cuando veo a esa señora mayor que viene de vez en cuando a visitar a su nieto. En otros tiempos desprendía una energía contagiosa, heredada de la infancia y juventud pasadas entre aperos de labranza y jotas en campos del Bajo Aragón, que como me contó alguna vez, son las que mejor suenan, porque suenan en familia. Algún tiempo después cambió el campo por la máquina de bordar. Miles de mantones, juegos de cama, manteles y esos pequeños manticos que adornaban las figuritas de la Virgen del Pilar. Una vez elaboró un manto que la vistió. Uno de los mayores honores y todo un orgullo para ella y para la familia.

No sabría decir en qué momento perdió aquellas ganas y energía. Supongo que los años y los palos de la vida mellaron en su pensar, haciendo del tiempo una sucesión de días que sólo algunos ratos cuando todos nos juntábamos podían disimular. Ahora la veo con su nieto en brazos, y pienso que todavía le asoman las ganas de cantar, a veces.

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