La obra

El esqueleto de la escalera de caracol subía en un tirabuzón interminable hacia arriba sin techo ni paredes, ligera, rodeada de edificios de hormigón. María la heredó de su abuela y se instaló en ella. Quiso alquilar los escalones con mejores vistas, los que daban al Pilar y a La Seo, pero sin ascensor jamás conseguiría vecinos, y se sentía sola.

Consultó si le podían poner el elevador, y le dieron presupuesto, fecha y plazo. La obra duraría solo un día, así que decidió hacerlo.

Se sentó a esperar con su maleta en la cafetería de enfrente, junto a la cristalera, no con intención de supervisar la obra, sino porque no tenía un lugar mejor donde ir. Y se entretuvo viendo al cierzo pelear con los árboles y las gentes.

A media mañana aparecieron los obreros y a la hora de comer habían demolido la escalera. Sobre los escombros, le colocaron el ascensor. María se instaló. Y ahora vive en su caja metálica con puertas correderas en la planta calle. Y sigue sola. Y sueña que sube.

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