Dragones

El castillo de Loarre había sido testigo de su lucha pero, por fin, el dragón se había dormido.

Con sumo cuidado, despacio, conteniendo la respiración, caminó hacía atrás hasta que su espalda chocó con una puerta. La abrió, y deslizándose como un soplo de viento, salió al exterior y cerró con cuidado. Empuñó la llave de la justicia, la introdujo en la cerradura y le dio varias vueltas. Respiró satisfecha. Todo estaba cumplido.

Caminó hacía la salida del túnel. En el exterior una cantidad infinita de dragones asomaban por huecos y rendijas dispuestos a dar el gran salto.

- No importa – pensó. Empuñaré la lanza del amor.

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