El abogado defensor

Me dijo que había hecho bien, que salía libre porque así lo merecía, porque así tenía que ser, que ya no vería pasar sus días en Zuera o Daroca, porque no había hecho nada.

Mientras me lo decía, una sonrisa ladina, un gesto falso e impostado se le dibujó en la cara, situándome en la clara convicción de que me mentía.

Todo estaba ya hecho, había fallado la intervención del fiscal, la policía no había estado a la altura y yo había hecho mi trabajo.

Al despedirme con amargura de él, sabía que más pronto que tarde iba a caer sobre una nueva víctima; seguramente la más débil, frágil y pequeña.

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