Birras, bares, villanos y billares

El grifo de la barra goteaba el suspiro de la última Ámbar que había pedido la mesa cuatro. Dos tipos cualquiera esperan a otros dos, amigos del primero, nada del segundo. Eran dos tipos sumidos en nada, en un bar apagado, con cerveza por sus venas.

Dos desconocidos abordaron el bar. Sumaban ya más de veinte vidas mientras, en la cuatro, cuatro comparten un silencio. Y es que la ciudad del cierzo es aun más bonita por la noche, cuando el viento arrastra sus silencios. Un fuego arde en el local y la conversación prende sin saber de dónde viene.

No son ellos los mejores, no fueron nunca el héroe del cuento. Pasan horas en el bar, en la calle, en la mesa de billar. Es otro día cualquiera en que la hora no es problema, decían, la ventaja de no llevar reloj es no saber la hora de llegada.

Pero hoy el segundo vive. Enfrente tiene compañía en un bar a medianoche, un todo reverente en un bar de poesía, de día de lluvia, de vida caliza. Fueron ellos cuatro cualquieras que lograron formar un todo.

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