En Zaragoza

Ayer puse una vela a la Pilarica para que hiciese bueno. Hoy miro al cielo y creo que me ha hecho caso. Espero con impaciencia su llegada. Recuerdos de mi niñez junto a mi primo en el pueblo me llenan de alegría, cuando le contaba cómo eran las cosas en la ciudad con la típica imaginación infantil. Ahora, veinte años después, viene por primera vez, con su mujer y con Ana, mi sobrina de cinco años. Espero no decepcionarlos.

Los busco con la mirada en el andén y cuando los veo se me ilumina la cara. Están cansados del largo viaje, la niña en cambio no deja de observarlo todo. Me los llevo en coche al centro, comentándoles con pelos y señales los lugares por donde vamos pasando. Tengo la sensación de que sólo me atiende la peque. En un semáforo coincidimos con el tranvía rojo y plata que cruza veloz delante nuestro, mi asombrada sobrina lo sigue con la mirada hasta que lo pierde de vista y entonces pregunta "¿Todavía estamos en España?" Todos los adultos reímos. "Sí, Ana. En Zaragoza".

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