Recuerdo 1: colilla en el suelo

Fumo en la calle Alfonso. Arrastro el cigarrillo a la boca, me pesan los ojos, lo muerdo, va de lado a lado, pero no lo tiro al suelo. Pienso entonces, sopla el cierzo, en la cantidad indiscriminada de colillas que han pasado por la no menor cantidad indiscriminada de bocas, aquí en la calle principal de mi ciudad. La acabo, toso, y muero un poco. Paseo o adelanto el camino hacia el Pilar, la colilla en mi mano buscando una papelera en la que extinguirse. Entonces, como un relámpago en tormenta de verano, repentino, ésta me quema y la arrojo sin mirar atrás. Queda ahí, en el asfalto que ahora es peatonal y por el que apenas pasan ruedas de coches, camiones, por el asfalto desgastado por el que ya no caminan funcionarios al juzgado pero sí empresarios para ver si hoy es algo mejor que ayer. Me arrepiento, lamento ensuciar mi ciudad. Pronto me justifico. Me lamentaría todavía más pensar que sobre esta calle no quedará nada de mí cuando yo ya no muera un poco, sino que muera del todo.

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