En la ciudad tatuada

Aunque José no pudo ir al colegio, se esforzó en conocer las cuatro reglas y, desde esa breve instrucción, construyó su habilidad en el encofrado, con la que consiguió mantener a su familia hasta su muerte.


Una de esas reglas trataba de la fuerza del destino. Pensaba que todo sucedía porque así estaba escrito en un gran libro, un libro tan imaginario como cierto, en el que nada se podía alterar o borrar. También conocía la trascendencia mágica de los tatuajes y desconfiaba de aquellos que los portaban en su piel, los consideraba rebeldes de la predestinación.


Le recuerdo cada día, al subir las escaleras desde el parque de Oriente, junto al reloj de sol, hasta el puente de Las Fuentes, admirando los tatuajes que grabó José en cada peldaño, los eternos renglones que escribió, con las huellas de los nudos de la madera en el cemento.

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