En la gloria

En el Ebro, por donde Helios y a remojo, como los barbos, andábamos siempre de chavales Benito, Andiano, Lasheras y yo, para disgusto de nuestras madres, que nos enlucían el lomo a alpargatazos si nos pillaban infraganti o algún boque iba malmetiendo.


Éramos críos, revoltosos, impulsivos y felices, pese a que no sobraba nada y, a veces, el hambre radía las tripas. Luego crecimos; poco a poco la vida nos llevó por caminos diferentes y puso distancia entre nosotros y el río.


Pero yo nunca perdí el ansia por volver algún día a capuzarme en estas aguas y como todo llega, aunque no puede decirse que vivo en él, hace cinco años que alcancé mi sueño y ahora me paso aquí las horas muertas.

Hoy llegó Benito y, chico, ha sido poner los pies, las cenizas, vaya, en el agua y nos hemos reconocido a escape.

—¡Coño, José, cuanto tiempo!

—¡Benito, qué alegría!

—Oye, ¿sabes algo de esos dos?

—Miaja, pero estarán al caer, seguro.

Zaragoza, el río, los amigos… ¡anda que es mal plan! ¡Así hasta el día del juicio!

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión