El fantasma del telecabina abandonado

Esta noche me he entretenido contemplando en el cristal del telecabina el tenue reflejo de mi rostro, desvaído y pálido como el de todos los que ya han acabado sus horas.


Atrás quedaron los días de boato, adulación y pesebre, y las noches de vicios sin freno. Tiempos en los que los barrios construidos en lugares imposibles crecían como trigo en primavera y los sobrecostes de las obras públicas endulzaban mi vida en este país inhóspito barrido por el cierzo.


Dicen que en cada edificio oficial habita un espectro. Y debe de ser cierto ya que desde mi bastión veo en la cercana Torre del Agua la torva silueta del que fuera mi más enconado opositor. Tras años de disputa en varias instituciones nuestros muchos pecados nos han llevado a ser vecinos y penar juntos por toda la eternidad.


No me arrepiento de nada. Mil veces que viviera, volvería a obrar igual. Hice lo que pude y lo que debía. Y por éso, hasta el final de los días, yo seguiré siendo el fantasma del telecabina abandonado.

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