​Una venganza inagotable atada al río

Como se habrán enterado, después del buen gesto que Ariadna había tenido ayudándolo a escapar del laberinto, Teseo la abandonó dormida en una isla.


Afrodita, conmovida, la invitó a pasar unos días en Aragón para que olvidara tamaño desencanto.


Apenas desembarcó, la mujer se enamoró perdidamente de un tal Dionisio.


No estoy en Atenas como me habías prometido. Una traición así es inconcebible, pero pude superarla. Vivo a orillas del Ebro -un paraíso- y jamás podrás hallarme, escribió, menos deprimida que despechada. Luego, habiendo agotado su creatividad en su estrategia contra el cíclope, arrojó la botella con la nota.


El mismo ovillo que lo había salvado del feroz Minotauro lió a Teseo, para siempre, a la nostalgia. Dicen que aún anda por allí, buscándola, nadando sin pausa, arrepentido, solo, deshilachado…


Mientras ella, con el visto bueno de Dionisio, maneja los hilos del Olimpo desde alguno de los 193 puentes con vista al río más largo de España.

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