El entusiasmo blanquillo

Raudos, ágiles y ligeros, como pequeñas motitas blancas salpicando el verde sintético, movidos por una fuerza electrizante y arrebatada que no dejaba indiferentes las miradas de sus progenitores. Las zapatillas, como distintivos personales, todas de colores estridentes, naranjas, rojas o amarillas.


Como cada martes el campo artificial se llenaba de alevines soñadores, llenos de esperanza. Sin rastro de duda todos serían grandes estrellas de futbol, así desde los remotos tiempos de “Los Alifantes”.


Tenemos ahí al hijo del carpintero, al hijo del albañil, al del camarero y hasta el hijo del empresario, todos ellos soñando con jugar algún día en el Estadio de la Romareda.


Esa hora era religiosa para alimentar la ilusión cada semana. Año tras año, incluso cuando ya ni el carpintero, ni el albañil, ni el camarero, ni la esposa del empresario, los tuviesen que acompañar a los entrenamientos.


Después, algo ocurría en aquella escuela de fútbol, pues iban saliendo de ella agiles camareros, meticulosos albañiles, habilidosos carpinteros y emprendedores empresarios que cada martes llevaban a sus hijos a alimentar el mismo sueño lejano de las estrellas, sobre un verde campo sintético.


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