Vidas cruzadas

En sus escapadas por ciudades de Aragón, creía que se cruzaría con ella. Una tarde en Teruel, frente a la Casa El Torico, la vio. Tuvo tiempo de recordar la última vez que la había encontrado, de contar las veces en que necesitó de ella.

Lo saludó desde dos metros antes de toparse. Estaba azorada por esa coincidencia que sobrepasaba cualquier planificación del futuro, cualquier iniquidad del pasado.

—¡Hola! ¡Cuánta lejanía de estos ojos que no lo veían más!

Esa última frase, esa apelación al “usted”, eran genéticamente suyas. Ella hablaba así, y a él le encantaba.

—La última vez que nos vimos, aun gobernaba Constantino —dijo él.

Ella contestó como si el lenguaje se ensamblara en su posición original.

—Mientras yo escribía en tablillas de boj.

Se rieron. Una hora después, se habían vuelto a desencontrar. La sabana todavía estaba tibia de un lado de la cama. Pero le fue imposible determinar si era él quien se había quedado o era ella quien se había ido.



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