​El adiós del miedo

Mi aliento levanta el polvo. Mi vientre se infla con pesadez, como si un enjambre de piedras bajara por mi garganta para negarme el resuello. De la herida mana la sangre y enturbia el agua de la fuente, que fue el trono al que me aferro. Y frente a mí, el despreciable capadocio, mostrando en ristre la lanza con la que ha perforado mis entrañas. Su orgullo destierra el mito. Lo maldigo y bajo la vista, humillado, rendido, víctima de la soberbia.


Pierdan ya mis escamas el lustre de la vida y por otra vez maldiga mi rugido al caballero errante, futuro patrón de Aragón. Mis párpados que se duermen, no se volverán a abrir. Mis alas que se pliegan y no volverán a batir. Que el miedo ceda a la palabra y la cruz roja sobre campo blanco selle el fin.