Rico

El jefe del poblado, que la nueva autopista iba a arrasar, invitó a cenar a los directivos de la constructora. Allá acudió Xavier, al que, su jefe, siempre en Huesca, había dicho: "Recuerda que tú, en Luanda, eres lo mismo de alto y de todo que aquí; pero, allí, eres rico".


Pronto unos negros empezaron a bailar en torno al fuego; iban con colores, escudos, lanzas y dientes de cocodrilo en los collares.


Unas negritas muy jóvenes, muy sonrientes, muy desnudas, sirvieron frutas y una extraña masa de un cereal autóctono.


Al poco, llegó el palé de condones, que la carretilla dejó junto a los comensales. La media docena de europeos cambió miradas del tipo: “¿Aquí se va a follar tanto?”, mientras los africanos los contemplaban con embeleso.


Y después aquella bebida con olor a orines, aquella hermosa negrita tirando de la mano de Xavier hacia la choza oscura, el golpe en la cabeza solo entrar y la carne sobre las brasas. A la tribu, secularmente, los enemigos le abrían el apetito.