Princesas y dragones

Todos los domingos, nos reuníamos a jugar en el solar que había junto a la fábrica de nuestro barrio, el Arrabal. Bajo sus dos altas chimeneas, como si fueran las torres de un castillo, construimos un mundo en el que moraban reyes y caballeros, permanecían presas bellas princesas de dorados cabellos y en cuyo interior habitaba un fiero dragón.


Años más tarde, el destino quiso que entrara a trabajar en aquella fábrica. Así es como pude conocer al Rey y a sus caballeros, que todas las mañanas se reunían en torno a una mesa redonda, con sus trajes y sus puros. A la princesa Margarita, una vieja antipática que cada semana nos entregaba la paga al ritmo de “¡Siguiente!”. Y, por supuesto, al temido dragón, una gigantesca caldera, en el sótano, capaz de engullir toda una flota de camiones.


Nada queda de aquel niño que, en otros tiempos, hubiera dado la vida por defender aquel castillo imaginario, pero hoy, todavía cree que es posible un mundo donde princesas y dragones existan de verdad.


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