La noche de las estatuas

- Bien, sentaos. Tengo para vosotras, ¡Oh consejo de estatuas!, un asunto que discutir. Ha llegado a mis oídos el rumor de que se van a atrever a trasladarme, ¿Cuáles son vuestras opiniones respecto de semejantes habladurías?

- Croac

- ¡Silencio! – gritó César Augusto para acallar a su rana.

- Me parece una inmensa afrenta. ¡Una ofensa por la que estoy dispuesto a batallar! – se ofreció Alfonso I.

- ¡Bien dicho! Expulsemos a los franceses, ¡Siempre es suya la culpa!– espetó emocionada Agustina.

- Por favor, tranquilicémonos, mis sucesores se encargarán de que se haga justicia – añadió Juan de Lanuza.

-¡La he dejado sola tanto tiempo! Oh, yo solo quiero volver a mi plaza a observar mi torre – suspiró el hombre sentado.

- Ya oíste nuestra opinión, Augusto. Nadie osará moverte de sitio, ¡Por mi honor! – declaró el general Palafox.

Y todas las estatuas marcharon acabada su reunión. Cada una a su correspondiente plaza y pedestal, a descansar y asombrar al transeúnte en su escultórica posición.


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