Cuenta cuentos

El aragonés llegó una tarde en que mi hermana y yo moríamos de aburrimiento. Se paró frente a nosotras en la plaza donde eludíamos el calor primaveral y ofreció contarnos una de cowboys, a cambio de un plato de comida.


Rápido se corrió la voz y los niños del pueblo vinieron a escuchar los relatos de este aragonés de ojos verdes y cuerpo alargado. Lo mejor era oírle reproducir los sonidos de las balas y el grito de los indios e imitaba el acento americano, que dijo haber aprendido en un largo viaje por el continente joven.


A los pocos meses mi hermana y el aragonés se enamoraron; todo iba bien, pero de pronto el español debía partir por ser prófugo de la ley, confesó avergonzado. Mi hermana todavía lloraba cuando llegaron los niños, exigiendo una historia. Protestaron ante la ausencia del aragonés, así es que inventé que la Corona lo reclamaba para nombrarle Caballero de la Palabra. Me escucharon, maravillándose con los detalles y entonces decidieron que yo fuese la nueva cuenta cuentos.


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