Penúltimas bocanadas del imperio

El corneta Manuel París, natural de San Juan de Mozarrifar, tras un año, ocho meses y cinco días en la campaña de Cuba, embarcó en la Habana el 20 de julio de 1897 a bordo del vapor Alfonso XIII con rumbo a Santander, adonde llegó el uno de agosto. Volvía enfermo, como tantos otros afortunados, de malaria. Corría el rumor de que, cuando desembarcasen, llevarían a los febriles al Hospital Militar. El corneta Manuel París quería llegar cuanto antes a su pueblo, ver a los suyos, saberse superviviente, contar lo que había visto y malvivido en Santiago, en Canto Abajo, en Puente Majagua, en Palo Picado, en Borjita, en Perseverancia…; sacarse de dentro la murria y la mala sangre, recuperar su camino y no volver a ver una corneta ni en pintura. Así pues, le echó rasmia, encendió el último veguero que le quedaba y bajó la plancha más tieso que el palo de la bandera.

Y un par de días después estaba en San Juan, delgado y febril, ojeroso y feliz.


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