Bajo el puente

Así, premonitoriamente. Cómo se intuía absolutamente todo antaño en nuestros lares, esos pequeños universos, los pueblos. Así comenzaba una nueva andadura, barruntando arcoiris tras la tormenta. Y así es como fui encajando las piezas de un duro puzzle pero cautivador, paseando tantas tardes a la vera del Ebro. En muchas de esas ocasiones el río parecía hacerme un guiño cómplice invitándome a reflexionar.

Mis orígenes emanaban de los Pirineos oscenses, entre valles profundos como la vida. Y se había hecho aún más profunda el fatídico día en que el mundo, íntegro, se replegó cayendo en una cartera y ahogándose entre billetes.

De ese accidente salí bienherido, dejando de ser poco para ser alguien, sin vida material, pero con aliento. Sin trabajo pero con aire. Sin casa. Pero con puente.

La intuición me dijo que si uno ama sus raíces reniega de maleantes y se empapa de lealtades y que cuánto menos hay, más se tiene.

Porque el río, la tierra y el cielo, no... No me los arrebató nadie.


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