Ese día

Apoyada en el cristal de mi habitación no podía dejar de mirar las gotas que caían. Me

acordaba de ti en el parque Grande los días de tormenta. Acabábamos empapados

debajo de un árbol, sin poder quitar la mirada el uno del otro.


Este día no estabas. Te habías ido. No contestabas al teléfono. Y ahí estaba yo, mirando las gotas caer, contigo en la cabeza. Ese día era especial. 23 de abril. Nuestro primer beso.


Me armé de valor, me puse tus vaqueros favoritos y salí. Sin paraguas como lo

hacíamos los dos. Quería ir donde habíamos estado antes de ese primer contacto.


Entré a Doña Casta, en el Tubo, y me pedí un vino. Cada vez que alguien me tocaba, se dibujaba una sonrisa en mi cara. La esperanza de que te acordases de ese día podía con todo. Pero no. Ninguna de las cinco veces fuiste tú.


Cuando la montaña de servilletas reinaba el suelo decidí coger un taxi. Llegué a casa y me metí en la cama. Una lágrima recorrió mi mejilla y entendí que nunca volverías a

dormir a mi lado.