Desierto
Había dejado el coche en las afueras de Castejón. No le gustó, pero no
había opción. Sabía que en un pueblo pequeño era muy fácil llamar la atención,
pero no tenía alternativa, esa era la noche indicada y tenía que llegar a tiempo.
El sol era abrasador cuando inició su camino, le esperaban más de tres
horas a pie a través de los Monegros, el desierto mágico que tanto tiempo había
estado buscando.
Cuando llegó subió al túmulo indicado pero aún era pronto, se desnudó y,
sentado con las piernas en la postura del loto, empezó a canturrear una arcana
letanía. Siguió hasta bien entrada la noche. Cuando abrió los ojos los levantó
hacia las estrellas y vió que el Gigante Rojo y la Dama Azul estaban justo sobre
el túmulo que tenía enfrente. Comenzó entonces su plegaria, extrañas palabras
salían de su garganta hasta que la tierra tembló.
La roca se abrió de repente y una figura gigante salió de su interior. Lo miró
una vez, desde la distancia vio su inhumanidad y lo observó perderse en la
noche.
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