Rosas

La primera vez que la vi en el tranvía escondía su rostro tras su pelo. Acariciaba con cuidado una rosa de fieltro mientras reía al consultar el móvil. Una bolsa de compra se balanceaba a su lado. Tan ensimismado estaba con su imagen que, cuando me quise dar cuenta, ya estaba en otras calles, lejos de mi destino. Me bajé en la siguiente parada, sin quitarme de encima esa misteriosa atracción.


Al día siguiente sucedió lo mismo: ella observaba la pequeña pantalla y se escondía del resto del mundo. Entre nosotros se interponían un par de asientos y miles de kilómetros. Su ropa era más oscura y tocaba la rosa artificial con delicadeza. Esquivé las personas que nos separaban, alargué la mano para apoyarla en su hombro. En ese momento el tranvía se detuvo. Todavía con el brazo estirado, la vi salir para perderse entre las calles.


Ahora estoy aquí, en las murallas, esperando que llegue ella, como todos los días a la misma hora. En mis manos sostengo una rosa natural y una esperanza.