Remolino

Un remolino de polvo seco, como solo levanta el cierzo, la hacía parar a cada paso. El viento había leído su mente e intentaba frenarla en su camino. Las aguas del Ebro corrían revueltas, el deshielo de las nieves del Pirineo había subido su caudal. Miró las aguas que rugían ante sus pies. Sintió que la corriente arrastraba algo más que ramas, arrastraba su miedo, su odio, y todos esos años perdidos. El viento la zarandeaba, esperaba que fuese su cómplice y la empujase con fuerza ayudándola en su salto hacía la embarrada agua. Pero, el cierzo tiene vida y sentimientos propios, y la empujó pero de frente, como un aragonés noble.


Cayó de espaldas al suelo, sintió que la tierra la atrapaba, como atrapó su corazón hacía años. La sujetaba por los brazos, por la cintura, como sujeta un enamorado intentando alargar la despedida. Cerrados los ojos, le brotaron unas lágrimas. Fue lo único que el río se llevó de ella aquel día, unas amargas lágrimas. Su cuerpo y su alma, se quedaron nuevamente en esta tierra.