La intemperie

Somos nosotros en uno de los primeros días de la primavera: vagabundos, desubicados, sin propósito, sin fuelle. Caminamos por Luis Bermejo, deteniéndonos por un instante frente a la fachada del viejo cine Renoir; sin mirarnos, nos estremecemos y murmuramos alguna palabra de pena y nostalgia. Luego quedamos callados. Estamos solos. Nadie nos ve ni vemos a nadie. Sabemos que es dentro donde está la pantalla en el suelo, sucia, rota. Es dentro donde se arrancaron las butacas, donde quedó un frío intenso, pasillos vacíos, cabina sin películas, sin la proyección del halo de luz, sin lo que fuimos. Perdimos a los compañeros, a los clientes. Y quedamos quietos; quedamos invadidos por otro sueño que no encuentra a su dueño.


Es la intemperie.


No nos detenemos más. Seguimos. A la vuelta de la esquina, aparecen los árboles y nos dirigimos, decididos, al refugio del Parque Grande de José Antonio Labordeta.