Burbujas de gaseosa

La botella de gaseosa que empezaste se ha quedado en la puerta del frigorífico. Cada vez que lo abro, me acuerdo de esa vez que nos llevaste de excursión a la fuente de Forranchinas a mis primos y a nosotros tres porque nuestros padres se habían ido a Andorra a comprar un radiocasete, relojes y esa mantequilla francesa tan rancia. Seguro que en la residencia, como el Primer Viernes de Mayo era fiesta y te dieron vino para acompañar a las migas, las mejores que habías probado, como me dijiste cuando fuimos a despedirnos hasta Santa Orosia, les pediste un poco de gaseosa.


Y ahí se quedó la botella a medio empezar porque esa noche, la que te marcharte fuiste tú, justo dos días después de volver a tu ciudad, como hacen los elefantes que vuelven a morir a su tierra. Aún hoy yo sigo negándome a reciclar la botella, como mucho la pondré en la terraza y así cada vez que salga y la vea ahí sin terminar, miraré esa estrella, esa en la que tu biznieto sabe que estás jugando a las billas.