Madrugada de un 23 de abril

Jorge aguarda expectante en la azotea. Tiene muchas ganas de celebrar su gran día. Se levanta el cierzo y sabe que está cerca. El silbido del batir de alas le alborota el corazón y los cabellos. No en vano lleva un año esperándole. Escamas iridiscentes caen a cuentagotas sobre las calles de Zaragoza. El fuego nasal tuesta las nubes. Entre las garras, parece adivinarse su regalo.


Un escalofrío asalta al niño con cara de santo mientras contempla el majestuoso descenso de su singular amigo. Los edificios colindantes inclinan los esqueletos de hormigón ante él. Hasta el silencio se emociona. No es de extrañar. Al fin y al cabo es el único dragón que se cuela en sus sueños. Y sepa usted, estimado lector, que los sueños y los cuentos son capaces de cambiar la historia de nuestra vida.