Memorias de atardecer

Está sentado en la sala de estar de la Residencia de mayores de Biescas. Va cayendo la tarde. Ahora es Sabina, su esposa, la que se instala en sus recuerdos de nuevo. La siente otra vez a su lado, contemplando juntos el estallido de fuego del crepúsculo sobre la Peña Telera desde su pequeña casa del Valle de Tena.


Cirros tornasolados parecen cabalgar en las altas capas de la atmósfera. A ella le gustaba presagiar: “Cielo a borreguicos, agua a cantaricos”. ¡Sabina!. Pequeña y robusta pero con un garbo que movía su falda en meneos airosos al desplazarse. La añoraba como a una vasija preciosa, recibiendo el chorro de vida que manaba de su fuente de enamorado. Para él, caballero aragonés, fue su freno y espuela porque siempre la tuvo a su lado.


En la rutina de la residencia suena la campana para acudir al comedor. La artrosis que atrofia sus movimientos le obliga a desplazarse en silla de ruedas. Un día más o ¿un día menos? Sujeto a su silla puede seguir soñando. Nadie va a hacerle renunciar a su libertad.