El misterioso caso sin resolver

Sabía del suceso por la prensa cuando recibí la llamada para ofrecerme el trabajo. Algunas pertenencias de un ejecutivo en viaje de negocios, de nombre Hans y apellido impronunciable, se encontraron abandonadas en el puente de Piedra. El asunto fue cerrado después de infructuosos rastreos por el Ebro. Dedujeron que se trataba de un suicidio o un accidente causado por las fuertes rachas de cierzo, siendo posteriormente engullido por el pozo de San Lázaro o por un siluro.


Aunque mis pesquisas me llevaron por varias comarcas aragonesas, al atenderme, en un idílico pueblo del Sobrarbe, aquel camarero casi albino de ojos azul desvaído, asumí que no necesitaba seguir investigando. Suplicó no ser delatado, se negaba a regresar pese a mis argumentos sobre la boyante economía de su país. Me confesó, sirviéndome otro vino más, su desaforado amor por una turolense y por el ternasco.


El de mi amigo Hans, iba a ser el primer caso no resuelto de mi carrera.