Una ciudad feliz

Desperté entumecido y salí a la calle. Los viandantes se extrañaban de la indumentaria y yo, de cómo caminaban hablando solos con una mano pegada al oído.


En el Pilar, dos torres nuevas contemplaban sorprendidas una ciudad gemela al otro lado de la ribera. Individuos montados en insólitos velocípedos discutían de forma violenta con otros que iban a pie. Dos arañazos metálicos en el suelo presagiaban su llegada. Atiborrado de personas, que me parecieron muertas, el tranvía pasó silencioso sin ser tirado por caballerías.


La plaza España me recibió con una manifestación, como aquella del 93 en la que pedíamos el fin de la alternancia bipartidista entre Conservadores y Liberales. Mientras, una persona yacía en el suelo, invisible a los ojos de las que caminaban hablando solas.


Ingenuo y aturdido, esperaba descubrir la ciudad feliz y llena de prodigios que me profetizó el doctor Cajal cuando me durmió en 1898.