Regreso

Llovía. El tren llegó a la Estación de Delicias.

En la Plaza de Europa, al divisar las torres del Pilar, decidió apearse del autobús.

Enfiló la calle Echegaray y Caballero recordando ese mismo paseo, con ella, años atrás.


Llevaba un vestido ajustado que marcaba aquellas curvas que le volvían loco.

Se detuvo en la plaza del Pilar unos minutos. Por ella supo que cada una de las torres tenía un nombre.


Dejando atrás la calle Alfonso se adentró en la avenida César Augusto. Reconoció la Puerta del Carmen, imponente, majestuosa, bastión de la resistencia aragonesa durante Los Sitios, le había comentado ella con orgullo.


Se dirigió hacía el paseo de Sagasta sin otra compañía que sus recuerdos.

Ensimismado en sus pensamientos llegó a su destino. Alguien le entregó un sobre cerrado con su nombre escrito a pluma, como a ella le gustaba. Lo abrió con sumo cuidado: ¡Por fin has venido!


Abandonó el Cementerio de Torrero horas después.

Era el único rincón de la ciudad en el que no había estado con ella.