El mejor de los mundos

El 23 de abril de 1924, un dragón anidó junto al Puente de Piedra. Ante tal hecho, Buñuel abandonó Madrid en compañía de sus amigos, un pintor y un poeta cuyos nombres no se han conservado para la posteridad, con el objetivo de contemplar con sus propios ojos aquel insólito milagro de la naturaleza.


Aprovecharon las tres horas que duraba el viaje en zeppelin para emborracharse de tal manera que, al llegar a Zaragoza, ya no recordaban para qué estaban ahí. Achispados, se perdieron en el laberinto del viejo barrio judío, donde golems con el rostro del buen rey Fernando vigilaban las esquinas lanzando imprecaciones en un francés excelente.


Cuando por fin llegaron a la ribera, agotados y resacosos, el dragón y sus crías se alejaban dibujando espirales en el cielo. Refrescándose los pies en las aguas del Ebro, Buñuel pasó un brazo por los abatidos hombros de su amigo poeta y le dijo: “Hemos llegado tarde pero un día volverán. No podría ser de otra manera. Este es el mejor de los mundos”.