Soy un truhán

Tras las cumbres del Moncayo me refugio y, de vez en cuando, bajo a la ciudad para saludar a sus gentes. Me gusta cruzar el Ebro por sus numerosos puentes, agazaparme en las esquinas de las grandes avenidas o adentrarme en las estrechas calles del Tubo.


Pero, sobretodo, disfruto persiguiendo a las jovencitas hasta hacer que sus faldas se eleven y todo un muestrario de lencería ilumine las calles. Me divierto haciendo volar coladas y viendo cómo pañuelos, manteles o calcetines, que desde ese día serán impares, vuelan sobre los tejados de las casas. Con pasión arranco pelucas a señores y despeino a viejas damas sin piedad. Me introduzco, cual ladrón, en graneros y pajares. He sido testigo de infidelidades, besos y ramos de novia que jamás llegaron a manos de las aspirantes. En momentos de enfado he derruido muros y arrancado nogales.


Sí, soy yo, el viejo cierzo. El que ahora mismo golpea tu ventana. Permíteme entrar en tu casa. Me llevaré toda la pena que noto en tu alma.