¡Agustina!

_ Me permites unos momentos a solas con ella, coronel.


Jorge esperó a que Sangenís saliera del convento, y en cuanto se quedó solo agachó la cabeza, seguía cubriendo la mano de Agustina entre las suyas.


Querría decirla lo mucho que la quería, querría decirla que la amaba, querría decirla que los momentos mas felices de su vida habían transcurrido con ella... curiosamente nunca le había dicho nada, se había limitado a ser un buen amigo a estar con ella cuando se lo pidió, haciéndola compañía en los momentos buenos como en los malos... A veces el destino nos juega una mala pasada, y el azar dicto que en la misma noche que se dirigía a su casa con un ramo de flores con la esperanza de encontrar ya no a una amiga sino a su alma gemela, esta había volado... Quería decir tantas cosas que las palabras se agolpaban en su garganta formando un nudo que amenazaba con ahogarle.


_ Lo siento. _ Susurró.


_ Lo siento mucho. _ Susurraba con la voz entrecortada mientras las lágrimas resbalaban entre su barba de varios días.


_ No estuve contigo para poder defenderte. _ las palabras seguían brotando desgarradas.


_ Es culpa mía que te hallan hecho esto, es por mi culpa que te estés...


No podía continuar, el dolor que sentía era mayor que el de todas las heridas que había sufrido durante el sitio... seguía acariciando la mano de forma mecánica... la angustia que sentía unida a una imparable sensación de impotencia y culpa crecía y crecía en el. El dolor era insufrible, sentía que algo dentro de el estaba muriendo, sus ojos ya llenos de lágrimas vagabundeaban por las paredes en busca de un resquicio de esperanza, pero allá donde posase su vista sólo había sangre y signos de su fracaso. Quería que terminase ese dolor, sumergirse en un dulce letargo, no sentir nada… sus ojos encontraron su arma, sería tan fácil acabar con este dolor, terminar con este sufrimiento.

Su mano se desprendió y se acercó al frio metal, pero no llegó a tocarla, noto un leve movimiento a su lado, era Agustina que todavía respiraba, volvió a tomar su mano con las suyas, y ahora si la miró. Su sedoso pelo era el único punto de luz de un convento teñido de un rojo color muerte, sus ojos miraban el infinito, quien sabe si todavía podrían ver. Se acercó a ella, y por primera vez desde que se habían conocido dijo.


_ Te quiero.


Seguidamente se inclinó y besó sus labios, pero no fue este un beso dulce sino amargo, pues las lágrimas que surcaban sus mejillas ya se habían fundido formando una fina película sobre ellos.


Se levantó y comenzó a caminar hacia la salida. pero algo le retuvo, siguiendo un impulso se quitó la capa, y cubrió el cuerpo de agustina como en aquella ocasión en que hizo lo mismo en un largo viaje en el que se quedó dormida.

No quería que cogiera frio.



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