Pérdidas

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Las niñas se miraron desoladas mientras el autobús escolar desaparecía tras la esquina. La mayor tomó la mano de la otra con fuerza echando a andar con decisión.


— ¿Ves las torres?—dijo— Son el Pilar, si conseguimos llegar hasta allí, sé volver a casa.


Los ojillos avellana de la niña brillaron encantados, de repente, las calles de la ciudad se abrían ante ella como las de un laberinto inexplorado en el que se sumergieron. Vio la casa de cerámica azul, conoció a los feroces leones que guardaban el puente empedrado sobre el río, pacífico en apariencia, pero del que se decía que allí mismo se había tragado un autobús entero.


Un escalofrío la recorrió al imaginar si tal vez estuvo lleno de niños como ella. Y al alzar la vista, una O se dibujó en su boca. Allí estaba con sus torres de tejas verdes, enormes, majestuosas, como agujas rasgando el cielo. Salvadas.


Llegaron casi de noche, mamá esperaba nerviosa y jamás las había besado tanto. Se durmió agotada y soñó con calles repletas de magia.


Elena Jiménez